"Si nos fallas, AMLO, no te lo vamos a perdonar, aunque te queramos mucho"


CIUDAD DE MÉXICO, México (Crónica de The Huff Post).- Pasó mucho, muchísimo tiempo, entre el día en que Andrés Manuel López Obrador pisó la Cámara de Diputados y su regreso triunfal. La última vez que estuvo en el Pleno de San Lázaro fue para inconformarse por el desafuero, que dejaba al borde del precipicio a sus derechos políticos, y este sábado, por fin, regresó para protestar como el 46 presidente constitucional de este país.

Desde entonces, tres presidentes concluyeron su mandato: Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. Joaquín el Chapo Guzmán, el máximo capo del narcotráfico, estaba libre, fue aprehendido, escapó, fue reaprehendido y extraditado a Estados Unidos. Cuauhtémoc Blanco pasó de seleccionado nacional a gobernador. Se acabó el Distrito Federal. Un terremoto azotó a México... otra vez en 19 de septiembre. Michael Jackson, el inmortal Rey de Pop, dejó de existir. Estados Unidos tuvo su primer presidente negro. Tres ediciones de los Juegos Olímpicos se agotaron en el calendario. La humanidad exploró Marte. El iPhone no existía. Hasta el equipo de futbol Cruz Azul logró un campeonato.

Fueron 4 mil 957 días de espera entre el 6 de abril de 2005 y este sábado. Desde que Andrés Manuel López Obrador dijo, a los legisladores que lo desaforaron como jefe de Gobierno de la Ciudad de México, "ustedes me van a juzgar, pero no olviden que todavía falta que a ustedes y a mí nos juzgue la historia" hasta que exclamó "Protesto guardar y hacer guardar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y las leyes que de ella emanen, y desempeñar leal y patrióticamente el cargo de Presidente de la República".

Transcurrió una campaña presidencial, una acusación de fraude, una jornada de desobediencia civil, una presidencia legítima. Los analistas políticos lo dieron por muerto firmando como causa de defunción un plantón de más de 50 días en la calle más emblemática del país, Paseo de la Reforma. Luego, moribundo ante los medios de comunicación, hizo un impensable recorrido por cada uno de los 2 mil 458 municipios del país para llenarse de aire. Se volvió el líder de la oposición y desde ese lugar, contra todo pronóstico, hizo otra campaña presidencial, puso a consideración de los votantes una República Amorosa que fue vencida en las urnas y que causó otra acusación de fraude y otra jornada de resistencia civil.

Lo dieron por muerto una vez más. Los expertos en política le expidieron un certificado de jubilación. Pero él no estaba listo para ser líder moral. Quería ser un líder vivo. El primer hombre que pasó de los pantanos de Tabasco a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y se abrió paso a codazos en la política nacional hasta la primera magistratura del país. Formó un nuevo partido político, se lanzó a las calles, hizo mitines de hasta 10 personas en los municipios más retirados del país, recorrió México más de tres veces y repitió campaña presidencial. La tercera es la vencida, dijo. Me canso ganso.

Y triunfó con más de 30 millones de votos, convirtiéndose en el presidente más votado en la historia moderna de México.



Pasaron trece años, seis meses y 23 días desde aquella mañana en que salió derrotado del Congreso de la Unión, sabiéndose expulsado del mayor cargo político que había logrado. Una historia dolorosa para sus simpatizantes, quienes este 1 de diciembre, afuera de la Cámara de Diputados, recordaban aquella mañana con una sonrisa, como quien cuenta un lastimoso episodio que el tiempo ha curado y convertido en una anécdota divertida.

"Yo estuve aquí ese día del desafuero", contó María Elena Garza, quien llegó desde Hidalgo hasta las vallas en la avenida Eduardo Molina que impedían el paso de simpatizantes hasta la Cámara Baja. "Me acuerdo que me agarré de estos barrotes y me puse a llorar. No podía creer tanta maldad, tanto odio contra nosotros los pobres. Hoy, la verdad, quiero llorar... pero de alegría".

Leopoldo Ramírez, tabasqueño, también estuvo aquí hace más de 13 años. Ahorró desde la noche en que Andrés Manuel López Obrador ganó la elección presidencial para llegar hasta la capital en camión. Aquella última vez que pisó la capital escaló un árbol que ya no existe y gritó "¡Presidente, presidente!",mientras ondeaba una bandera mexicana que le regaló su padre.

"Y mire usted... tantos años después y sí se volvió presidente. Dios es grande", soltó Leopoldo Ramírez, un viejito fibroso y moreno que no podía contener el llanto. "¿De verdad está pasando esto?".

Afuera de la Cámara de Diputados están esos seguidores que necesitan ponerle fin a la historia de Andrés Manuel López Obrador como vencido. Necesitan verlo, en persona, con la banda presidencial.

"En este lugar empezó todo para mi", dijo Mario Enriquez, hoy licenciado en Economía por la UNAM, aferrado a la reja que impide el cruce hasta San Lázaro. "Después de escuchar el discurso del desafuero en la Cámara, me volví su seguidor. Yo ni credencial de elector tenía y me urgía votar por él para que fuera mi presidente".

Son pocos, no superan ni los 100. Pero están firmes bajo el sol. Incondicionales en su apoyo. Emocionados hasta las lágrimas cuando ven fugazmente a Andrés Manuel López Obrador llegar, cerca de las 10:45 de la mañana, a San Lázaro como aún presidente electo a bordo de un Jetta blanco. Aplauden, lloran, le gritan. "¡Me vio, mamá, te juro que me volteó a ver!", exclama una niña.

Cuando ven al tabasqueño desaparecer por las puertas de San Lázaro, todos sacan sus radios y sus teléfonos para seguir en vivo ese momento esperado en el que el exjefe de Gobierno se coloca la banda presidencial y protesta como jefe de Estado. Entonces, aplauden más, gritan, se abrazan. Hasta las mujeres que barren la calle avientan sus escobas al aire y bailan al son del discurso de López Obrador, mientras cuenta que un ciclista resumió en seis palabras el sentir de millones: "Tú no tienes derecho a fallarnos".

Pasando el mediodía, Andrés Manuel López Obrador sale de San Lázaro. Los que lo vieron llegar, ahora lo ven salir como presidente constitucional y con una flamante banda presidencial que le cruza el pecho. Siguen siendo pocos, pero el ruido que hacen equivale al de cientos. Su canto del Himno Nacional es tan fuerte como llamar la atención del nuevo presidente, quien rompe el protocolo, atraviesa la calle, se sube a una banqueta alta y desde lo lejos, detrás de una reja, saluda a sus acérrimos seguidores.

"¡Te amamos, presidente!", "¡Gracias, viejito, gracias por todo!", "¡Hasta la victoria, camarada!", "¡Ya chingamos, Obrador, ya chingamos!, "¡Ese sí es presidente, no gerente!", le gritan, extasiados, desde el otro lado de la avenida Congreso de la Unión.

"¡Recuerda, Andrés, tu no tienes derecho a fallarnos", le grita una mujer que ronda los 70 años y que con dificultades lo observa detrás de unos gruesos lentes. "Si nos fallas, AMLO, no te lo vamos a perdonar, aunque te queramos mucho".

Son apenas 32 segundos de un saludo a través de las rejas entre el nuevo presidente y el centenar de simpatizantes afuera de la Cámara, donde esta historia empezó. Después, él se va rumbo al Palacio Nacional en una caravana para la comida con jefes de Estado y la gente camina, satisfecha, al Zócalo para alcanzarlo.

Pasó mucho, muchísimo tiempo, para que esta gente hiciera realidad el sueño de verlo con un banda presidencial. 4 mil 957 días para ser exactos. Y todo se condensó en 32 segundos: "sí, ya lo vi con mis propios ojos: sí traía la banda presidencial".

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